Fernanda Olguín confió en su ginecóloga. Hizo todos los exámenes que le pidió y siguió al pie de la letra sus recomendaciones, pero eso no impediría que viviera la experiencia más dura de su vida: la pérdida de sus bebés recién nacidos.
Ella y su esposo sabían que por ser gemelos no llegaría al tiempo completo de gestación, que se calcula en 40 semanas, así que comenzaron a ordenar todo con antelación y mucha ilusión. La noche del 3 de septiembre de 2012, justo al día siguiente de haber terminado de preparar la habitación de los pequeños, Fernanda rompió fuentes. Tenía 26 semanas de embarazo.
“Hable con mi ginecóloga y me mandó a hacer unos estudios para ver qué era lo que sucedía. Durante este proceso nunca fue al hospital a ver cómo estaba todo, solo habló con el doctor de guardia. Se corroboró que había una ruptura prematura de membrana. Al ver que tenía suficiente líquido (amniótico), la doctora ordenó que me dieran de alta y me mandó a reposar a mi casa”, recuerda Fernanda. Tiempo después sabría que ese no era el protocolo correcto para manejar su caso.
Dos días después de romper fuentes, comenzó el trabajo de parto que terminó en un procedimiento de cesárea de emergencia. El 5 de septiembre nacieron Victor Manuel y Joaquín. Entre los dos no llegaban a pesar dos kilogramos y los enviaron a otra clínica porque la maternidad donde nacieron, en el estado mexicano de Sonora, no tenía una unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) suficientemente dotada. Los pronósticos no eran buenos y todo fue tan rápido que la madre no pudo ni ver a sus bebés.
Joaquín vivió un día; Víctor Manuel, dos. Su mamá los conoció el día del entierro, cuando su doctora ordenó que le dieran de alta, por teléfono. “Salimos del hospital con los brazos vacíos, salí adolorida, no sólo de cuerpo sino también del alma”.
En 2012, el año en el que Fernanda perdió a sus hijos, se registraron 22,758 muertes perinatales; las cifras más recientes del Instituto de Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2017 fueron 22,336 casos, de los cuales 18,931 habían recibido atención prenatal. De acuerdo a un informe de la Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud, en México el 71% de la muertes neonatales se debe a prematuridad y bajo peso al nacer.
El largo camino del duelo
“Nadie nos dijo que cuando un bebé muere se vive un duelo, nadie nos orientó ni nos sugirió buscar ayuda. Salimos al mundo con una herida viva en el corazón y sin indicaciones de cómo sanarla”, dice Fernanda.
Al principio fue un proceso solitario: a pesar de que Rubén, su pareja, sintiera lo mismo que ella, cada uno lo llevaba de manera muy diferente. Él se refugiaba en su trabajo, ella se quedaba en casa dándole vueltas a sus pensamientos y trataba de mantenerse ocupada cuidando a sus hijos sin comprender ni poder llenar el vacío que sentía.
Comenzó a investigar en internet y descubrió páginas y blogs (la mayoría en inglés) sobre la pérdida. Fernanda ni siquiera estaba consciente de que atravesaba un duelo. Sin embargo, mientras más se informó entendió lo que le pasaba y supo que se llamaba duelo perinatal, “un duelo muy callado y poco comprendido”.
Al conocer experiencias ajenas se dio cuenta de que no estaba sola y abrió su propio blog, Mirar al cielo, e invitó a otras mujeres de diferentes partes del mundo a escribir sus historias. Escribir le permitió sanar su duelo y terminó narrando su historia en un libro que llamó Crónicas de los brazos vacíos: manual no oficial para aprender a vivir de nuevo, con el que que busca ayudar a otras.
“Llegué a terapia muy tarde, pero aun así siempre es útil, sanadora y reconfortante, te ayuda a ver desde otra perspectiva tu vida, tus vivencias, todo”, reflexiona. “Ahora que lo pienso más a conciencia fue una mala decisión no ir a terapia, pues creo que hubiera acortado mi proceso un poco. Por eso en mi libro recomiendo a las mamás que busquen ayuda de cualquier profesional lo antes posible (...). Yo elegí, al parecer, el camino largo. No me arrepiento ni me culpo, nadie me orientó”.
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Las membranas son las que contienen el líquido amniótico durante el embarazo y se rompen en el trabajo de parto, hecho que se conoce como “romper fuentes”. Si el saco se rompe antes de la semana 37 de gestación, se denomina ruptura prematura de membranas (RPM) y cuanto más temprano ocurra, más grave puede ser para la madre y para el bebé.
Cuando Fernanda volvió a ver a su ginecóloga, en el primer chequeo después de la cesárea de Joaquín y Víctor, le preguntó qué era lo que había pasado. “A veces pasa y les pasó a ustedes”, le respondió la ginecóloga.
No hay causas claras para la RPM. Puede influir que la madre sea fumadora, tenga infecciones en el útero, el cuello uterino o la vagina, que haya tenido pérdidas o que se estire demasiado el saco amniótico, lo cual es común durante un embarazo gemelar.
Aquella respuesta “nos dejó con un vacío y un mal sabor de boca. Sí, la ruptura prematura de membrana a veces pasa, son los riesgos de cualquier embarazo, no solo el gemelar, pero ella manejó mal la situación, el protocolo a seguir”.
Han pasado casi siete años y el duelo de Fernanda ya está resuelto, pero siempre se preguntará qué habría pasado si se hubiera hecho un manejo diferente del caso, si la hubieran internado y monitoreado desde un principio. “Ella me mandó a mi casa a reposar, cuando debí quedarme (en el hospital) en reposo absoluto y checando a mis bebés. No sé, siempre quedará la espinita”.
Perder a sus hijos cambió su vida para siempre, pero ella logró salir adelante. Ahora se dedica a su familia, a sus tres hijos Rubén, Fernando y la pequeña Lucía, a escribir y a decirle a otra madres lo que nadie le dijo, bien sea a través de su libro o de sus redes sociales.
“Cuando nace un bebé hay infinidad de libros de crianza, libros que ayudan a las nuevas mamás a cuidarse y cuidar de la nueva vida. Pero cuando se muere el bebé nadie enseña a la nueva mamá cuidarse, entenderse y maternar la muerte”.
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