No retrasar los relojes y mantener el horario de verano durante todo el año tendría importantes beneficios para la salud de los niños y permitiría incrementar la cantidad de tiempo que dedican a realizar actividades físicas, así lo asegura un estudio realizado por investigadores de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y la Universidad de Bristol, en Reino Unido.
La investigación publicada en International Journal of Behavioural Nutrition and Physical Activity, justo en la semana en la que termina el horario de verano y comienza el de invierno, muestran que en los días de verano, cuando la puesta de sol ocurre más tarde, los niños tienen niveles de actividad entre un 15 % y un 20 % superiores a las jornadas de invierno.
Dicha conclusión de desprende de un estudio realizado entre 23,000 niños de 5 a 16 años de nueve países (Inglaterra, Australia, Estados Unidos, Noruega, Dinamarca, Estonia, Suiza, Brasil y Portugal), en el que se examinó la relación entre el momento del atardecer y la actividad física, para lo que se utilizaron unos dispositivos electrónicos (acelerómetros) que se colocan en la cintura y permiten medir el movimiento del cuerpo.
Los resultados del análisis mostraron que la actividad física de los niños era entre un 15 y 20% mayor en los días de verano, en comparación con los días de invierno y una hora más de luz representaba una media de dos minutos más de actividad física al día en cada niño.
Esta relación fue especialmente significativa en el caso de las poblaciones de Europa y Australia, y se observó incluso después de que los investigadores ajustaran las condiciones meteorológicas y de temperatura. Los beneficios fueron equitativos y se observaron con independencia del sexo, el sobrepeso u obesidad y los niveles socio-económicos.
"Este estudio ofrece la evidencia más fuerte hasta la fecha de que, en Europa y Australia, tener luz del día por la tarde permite aumentar la actividad física a esas horas, que son críticas para los juegos al aire libre de los niños", resaltó Anna Goodman, quien dirigió el estudio, de acuerdo a información difundida por la Universidad de Bristol. No cambiar la hora durante todo el año tendría efectos "beneficiosos en términos de salud pública", añadió.
"La introducción de medidas adicionales al ahorro de luz diurna afectarían a todas y todos los niños del país, todos los días del año, dándole un alcance mucho mayor que la mayoría de otras iniciativas políticas para mejorar la salud pública", consideró Goodman.
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Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su siglas en inglés) aseguran que la actividad física regular en la infancia y la adolescencia mejora la fortaleza y resistencia, contribuye a la formación de huesos y músculos saludables, favorece el control del peso, reduce la ansiedad y el estrés, aumenta la autoestima y puede mejorar la presión arterial y los niveles de colesterol. Las experiencias positivas asociadas a la actividad física en edades tempranas también ayudan a sentar las bases para que las personas se mantengan físicamente activas toda la vida.
El cambio de horario (en inglés Daylight saving time) se conoce en EE.UU. como "horario de ahorro de energía" u "horario de verano" y fue una idea de Benjamin Franklin quien en un ensayo escrito en 1784 sugirió la idea de que el adelanto de una hora en los relojes al comienzo de la primavera sería una buena manera de ahorrar en velas.
El Gobierno de EE.UU. adoptó la práctica en 1918 durante la Primera Guerra Mundial, y la abandonó un año más tarde. Volvió a aplicarse entre 1942 y 1945 durante la Segunda Guerra Mundial y en 1966 una ley del Congreso instituyó el cambio de horario en el último domingo de abril y el último de octubre. La Ley de Política Energética de 1995, promulgada por el presidente George. W. Bush, ordenó que las modificaciones comiencen a las 2 de la madrugada del segundo domingo de marzo, y terminen a las 2 de la mañana del primer domingo de noviembre.
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