Mes tras mes, Natalia Pedroza se presentaba en el consultorio de su doctor con presión alta y una diabetes sin control. Sus medicaciones nunca parecían funcionar, y seguía llegando a la sala de emergencia en medio de crisis. Walfred Lopez, un trabajador de salud comunitario del condado de Los Ángeles se propuso averiguar por qué.
Lopez habló con ella en español, su lengua madre, y de a poco ganó su confianza. Pedroza, una vendedora callejera que vive en el centro de Los Ángeles, le confesó que estaba deprimida. No tenía papeles migratorios, le dijo, y sus hijos todavía vivían en México.
Entonces, le mencionó algo que nunca le había dicho a los doctores: estaba casi ciega.
La doctora de Pedroza, Janina Morrison (en la foto abajo con Jorge Colorado y su hija Margarita Lopez), se sorprendió. Por años, dijo Morrison, “le habían estado cambiándo sus medicaciones y sus dosis de insulina, sin realmente darse cuenta que no podía leer las instrucciones”.
Oficiales de salud en todo el país enfrentan un dilema desconcertante: ¿cómo ayudar a los pacientes más enfermos y más necesitados a estar más saludables y cómo prevenir los altos costos de las visitas a las salas de emergencia? El condado de Los Ángeles está probando si los trabajadores comunitarios de salud como Lopez pueden ser una parte de la respuesta.
Lopez (foto arriba con la paciente María Rivera) es uno de los 25 trabajadores contratados por el condado para hacer todo lo posible para salvar obstáculos que se presentan en el camino hacia la salud del paciente. Eso puede significar entrenarlos sobre sus enfermedades, asegurarse que tomen sus medicinas o agendarles las citas médicas. Esta ayuda también se puede extender más allá de las paredes de una clínica, como ayudarlos a encontrar vivienda o a aplicar para los “food stamps” (estampillas de comida).
Estos trabajadores no tienen necesariamente formación médica. Ellos toman un entrenamiento de varios meses financiado por el condado, que incluye instrucción sobre diferentes enfermedades y medicamentos, así como tips sobre cómo ayudar a los pacientes a cambiar conductas. Se los elige por su habilidad para relacionarse tanto con los pacientes como con los proveedores de salud. Muchos han estado haciendo este trabajo para amigos o familiares por años, solo que sin cobrar.
“Al ser parte de la comunidad, al hablar su mismo idioma, por tener estas experiencias de vida compartidas, son capaces de romper la barrera y comprometer a los pacientes de formas que nosotros como proveedores a menudo no podemos”, dijo el doctor Clemens Hong, quien lidera el programa en el condado. “Esto ayuda a derribar barreras”.
Por ahora, trabajan con cerca de 150 pacientes, muchos de los cuales tienen problemas de salud mental y de abuso de sustancias, y múltiples enfermedades crónicas. Los pacientes no siempre han tenido la mejor experiencia con el masivo sistema de salud del condado.
“Ellos nos dicen, ‘soy sólo un número en la lista’”, dijo Lopez. “Cuando los llamamos por su nombre y cuando conoces a cada uno… ellos reciben el mensaje de que los estamos cuidando. Que no eres un número”.
Para la primavera, Hong dijo que espera tener cientos de pacientes más en el programa.
Los trabajadores comunitarios de salud han sido usados por décadas en el país, y más aún en otros países. Pero ahora, oficiales en varios condados y estados —incluyendo
Massachusetts, Pennsylvania y Oregon— están confiando en ellos más, a medida que crece la presión por mejorar los resultados de salud y reducir los costos del Medicaid y de otros gastos públicos, según los expertos.
“Están viendo un resurgimiento por la Ley de Cuidado de Salud (ACA, por sus siglas en inglés) y porque los proveedores de atención médica están siendo financieramente responsables de los factores que se producen fuera de las paredes de las clínicas”, dijo la doctora Shreya Kangovi, profesora asistente de medicina en la Universidad de Pennsylvania y directora del Penn Center for Community Health Workers.
Sin embargo, Kangovi dijo que los programas con trabajadores comunitarios de salud son propensos a fallar si no se contrata a las personas adecuadas, si se centran demasiado en ciertas enfermedades u operan fuera del sistema médico. También tienen que guiarse por la mejor evidencia científica sobre lo que sí funciona.
“Muchas personas piensan… que pueden ir diseñándose sobre la marcha pero la verdad es que es muy díficil”, agregó.
Hong, quien diseñó el programa en base a lecciones aprendidas de otros modelos, dijo que el condado de Los Ángeles está teniendo una aproximación rigurosa. El condado está realizando un estudio comparando los costos y resultados de pacientes en el programa con pacientes a los que no se les asignó un trabajador.
Los pacientes se eligen en base a sus enfermedades, cuán a menudo terminan en el hospital y si sus doctores creen que se beneficiarían.
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Para Lopez, de 43 años, el trabajo es personal. Ex contador en Guatemala, Lopez tiene una condición genética que lo llevó a necesitar un transplante. Como algunos de sus pacientes, incluyendo Pedroza, ahora está en diálisis.
Él trata de usar su experiencia y educación para que los pacientes tengan lo que necesitan. Pero aún se encuentra con inconvenientes, dijo. En una ocasión, tuvo que discutir con un empleado que rechazó a un paciente en una cita porque no tenía identificación. “La parte más difícil es el sistema”, comentó Lopez. “Tratar de navegarlo a veces es difícil hasta para nosotros”.
Lopez y su ex compañero de trabajo comunitario, Jessie Cho, se sientan en pequeños cubículos en la clínica en Los Angeles County-USC Medical Center, el hospital público más grande y más sobrecargado de trabajo del condado. A través del día, acompañan a pacientes a sus citas y se encuentran con ellos antes y después de que vean al doctor. También visitan pacientes en sus casas y en el hospital, y les dan sus números de teléfono celular para que los puedan contactarlos rápidamente.
Cho dijo que los pacientes a menudo no pueden creer que alguien esté dispuesto a escucharlos. “Nadie más en el equipo médico tiene como trabajo generar empatía y sentir compasión”, dijo.
Morrison, la médica de la clínica, dijo que los trabajadores se han convertido en una parte esencial del equipo de salud. “Sólo hay una cantidad limitada de pacientes que puedo lograr ver en 15 o 20 minutos”, dijo Morrison. “Hay toda clase de misterios de la vida de mis pacientes que, reconozco, obstaculizan el cuidado de sus problemas médicos crónicos. Y tampoco tengo tiempo para llegar al fondo de ellos por lo que nunca se van a sentir realmente cómodos hablando conmigo sobre sus problemas”.
Natalia Pedroza, quien lleva un pañuelo de colores alrededor de su cabeza y sólo habla español, es un ejemplo perfecto. Morrison dijo que, antes de que López se incorporara, “no estaba llegando a nada con ella”.
Al comienzo, López tuvo un tiempo difícil ayudándola a entender sus condiciones de salud y a superar la desconfianza que tenía en el sistema. Cuando se conocieron, Pedroza creía que la diálisis que mantuvo su funcionamiento renal había sido la causa de sus problemas de salud. Y no entendía por qué López siempre estaba cerca. Pero él la ayudó, a hacer sus citas médicas y a obtener medicamentos preenvasados para que no tuviera que leer las instrucciones. Ahora Pedroza piensa que López la está ayudando a mejorar.
En una tarde reciente, López se sentó con Pedroza antes de su cita médica.
“¿Cómo te sientes?”, le preguntó en español.
Pedroza respondió que su pelo se seguía cayendo y que todavía se sentía enferma. Ella también dijo que no había estado revisando su azúcar en la sangre, porque no sabía cómo utilizar la máquina. López, con calma, le mostró cómo funcionaba, y luego los dos pasaron varios minutos charlando sobre sus trabajo y sobre el barrio.
López cree que está logrando una diferencia. En un domingo reciente, un paciente de 43 años con dolor crónico que inicialmente rechazó su ayuda, le envió un mensaje diciéndole que planeaba ir a la sala de emergencia a causa de un dolor de cabeza. López habló con Morrison, quien accedió a agendarle una cita en los días siguientes. Y el paciente no fue a la sala de emergencias.
López convenció a otro paciente, una mujer de 56 años, de tomar su medicamento para la presión arterial antes de sus citas para que los médicos no se preocuparan por los números altos y la internaran en el hospital.
En un caso, su capacidad para vincularse con un paciente casi minó la meta de conseguir la ayuda que el hombre necesitaba. El paciente, que estaba deprimido, dijo que no quería ir a ver a un consejero de salud mental porque era más cómodo hablar con López.
“Fue conmovedor”, dijo López. “Yo estuve a punto de llorar”.
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