Los estadounidenses están viendo con alarma cómo se propaga un nuevo coronavirus en China y aparecen casos en los Estados Unidos. Llueve información sobre qué tipos de máscaras son las mejores para prevenir la propagación viral. Los estudiantes las están entregando gratis en Seattle. Están agotadas en el condado de Brazos, en Texas.
Pero, espera.
He trabajado como médica de emergencias. Y, como corresponsal de The New York Times en China, cubrí el brote de Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS) en 2002 y 2003 durante el cual un nuevo coronavirus —detectado por primera vez en Guangdong— enfermó a más de 8,000 personas y mató a más de 800. Mis dos hijos asistieron a la escuela primaria en Beijing durante este brote.
Aquí están mis principales conclusiones de esa experiencia para la gente común:
- Lávate las manos con frecuencia.
- No vayas a trabajar cuando estés enfermo. Tampoco mandes a tus hijos a la escuela o guardería si se enferman.
Y no he dicho nada sobre las máscaras. Usar una máscara como precaución tiene sentido si estás en el medio de un brote. Pero usarlas constantemente es otra cuestión.
Me puse una máscara cuando visité hospitales donde estaban internados pacientes con SARS. Las usé en los mercados donde se mataba a los animales salvajes que se sospechaba eran la fuente del brote, y en donde volaban gotas de sangre. Las usé en espacios cerrados y llenos de gente que no pude evitar, como aviones y trenes, mientras viajaba a ciudades afectadas, como Guangzhou y Hong Kong.
Nunca se sabe si la persona que tose y estornuda dos filas más adelante está enferma o simplemente tiene una alergia.
Pero al aire libre, las infecciones no se propagan bien por el aire. Esas fotos de personas caminando por las calles en China con máscaras son dramáticas, pero revelan desinformación.
Las máscaras simples son mejores que nada, pero no son tan efectivas porque no se ajustan bien al rostro. Para cualquiera que tenga la tentación de comprar el respirador estrella, el N95, ten en cuenta que son incómodos. Es trabajoso respirar. Es difícil hablar con la gente. En un vuelo largo —durante el pico del brote y en el que mis pocos compañeros de viaje eran en su mayoría epidemiólogos que intentaban resolver el enigma del SARS— muchos usamos máscaras durante las primeras horas de vuelo. Luego llegaron los carritos con comida y bebida.
Aunque los virus se propagan a través de gotitas en el aire, siempre me preocupa más la transmisión a través de artículos infectados. Un virus entra en una superficie, por ejemplo, un zapato, un picaporte o un pañuelo. Tocas la superficie y luego tocas tu cara o te frotas la nariz. Es una excelente manera de contraer enfermedades. Entonces, después de visitar los mercados de animales, cuando llegaba al hotel, me quitaba los zapatos con cuidado y no los lleva a la habitación. Y, por supuesto, me lavaba las manos de inmediato.
Recuerda, según todas las indicaciones, el SARS, que mató a aproximadamente el 10% de los infectados, era un virus más mortal que el nuevo coronavirus. Así que mantén las cosas en perspectiva.
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Frente al SARS, muchos extranjeros optaron por abandonar Beijing o al menos enviar a sus hijos de regreso a los Estados Unidos. Nuestra familia se quedó, niños incluidos. Los queríamos con nosotros y no queríamos que perdieran la escuela, especialmente durante el que sería su último año en China. Pero igual de importante al tomar la decisión fue que el riesgo de contraer SARS en un avión o en el aeropuerto parecía mayor que ser inteligente y cuidadoso mientras estábamos en Beijing.
Y lo fuimos: dejé de llevar a mis hijos a jugar en lugares cerrados, a centros comerciales abarrotados o restaurantes deliciosos, pero densamente poblados de Beijing. Por precaución, cancelamos unas vacaciones familiares a Camboya, aunque mi temor era menos por contraer SARS en el vuelo que por que uno de los niños tuviera fiebre por una infección en el oído a nuestro regreso, y lo pusieran en cuarentena en China. En cambio, nos tomamos unas vacaciones en China mismo, donde llevamos máscaras con nosotros, pero no las usamos, excepto en un breve vuelo doméstico.
Con el tiempo, durante el brote de SARS, el gobierno cerró teatros y escuelas en Beijing, como lo está haciendo ahora en muchas ciudades chinas porque estos virus se transmiten más fácilmente en lugares muy concurridos.
Pero también hubo mucho comportamiento irracional: al pasar por una aldea, camino a la Gran Muralla, había un control de carretera que verificaba la temperatura de todos los pasajeros. Utilizaban un termómetro oral que solo se limpiaba mínimamente después de cada uso. Una gran manera de propagar un virus.
La Escuela Internacional de Beijing, donde iban mis hijos, fue una de las pocas en la capital, quizás la única, que permaneció abierta durante todo el brote de SARS, aunque las clases estaban más vacías, ya que muchos niños se habían ido a sus países de origen.
Durante todo el brote, se siguieron estrictas reglas: se les tomaba la temperatura a los alumnos al llegar a la escuela, no se compartía comida y se instaba a los padres a no dejar que sus hijos asistieran a clases si estaban enfermos. La maestra misma llevaba a los niños a lavarse las manos y se quedaba, para que no abrieran solo el grifo, sin lavarse.
Si una familia salía de Beijing y regresaba, el niño tenía que quedarse en casa por un período prolongado antes de regresar a clase para asegurarse que no había contraído SARS en otro lugar.
Con esas precauciones, observé algo así como un milagro de salud pública: no solo ningún niño contrajo SARS, sino que ningún estudiante se enfermó de nada durante meses. No hubo virus estomacales ni resfriados comunes. La asistencia fue más o menos perfecta.
La Organización Mundial de la Salud declaró al brote de SARS como “contenido” en julio de 2003. Pero, oh, esos hábitos persistieron. Después de todo, las mejores defensas de primera línea contra el SARS o el nuevo coronavirus —o la mayoría de los virus— son las que nos enseñó la abuela y las que indica el sentido común.
Esta historia fue producida por Kaiser Health News, un programa editorialmente independiente de la Kaiser Family Foundation.
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